miércoles, 26 de marzo de 2014

De cuando los empresarios veían a Suárez como un “izquierdista falangista”

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Contaba hace algún tiempo el empresario Celso García, conocido por ser el fundador de unos grandes almacenes de la calle Serrano, una anécdota deliciosa. En una ocasión, al principio de la Transición, fue a visitar a Suárezal palacio de la Moncloa, y allí estuvo durante bastante tiempo esperando a que saliera de su despacho el presidente del Gobierno. Pasaban los minutos y seguía esperando. Hasta que en un momento vio que quien abandonaba la sala era el canciller alemán Willy Brandt. Unos segundos después, quien dejaba su despacho era Adolfo Suárez, que al ver al empresario le dijo:
– ¿Has visto quién ha salido?
– Sí,– respondió Celso García.
–Pues yo soy más socialdemócrata que él, –le espetó Suárez*.
Con estos antecedentes, no es de extrañar que los empresarios le pusieran la proa al presidente del Gobierno casi desde el primer día.
Y es que la estrategia de acoso y derribo contra Suárez tuvo varios frentes: la extrema derecha que buscaba la involución política; el terrorismo etarra con decenas de asesinatos cada año; su propio partido (con Herrero de Miñóncomo el jefe de los jóvenes turcos que querían asaltar el poder del sultán) o la durísima oposición parlamentaria que ejerció el PSOE. Pero también tuvo que resistir una presión mucho más sutil –aunque efectiva– que practicaron los empresarios de la CEOE contra el expresidente, a quien consideraban un “izquierdista”, como le llegó a calificar Max Mazín, el fundador de una de las patronales madrileñas en los albores de la democracia. Sin duda, porque la élite empresarial había apostado por Manuel Fraga como sucesor de ese cadáver político que por entonces era ya Arias Navarro.
Reunión en el restaurante Mariscal
Como se sabe, el elegido por el rey fue Suárez, pero ya unos días antes de su elección en la célebre terna ("Estoy en disposición de ofrecer al rey lo que me ha pedido", dijo Torcuato Fernández-Miranda tras incluir su nombre en la lista) un grupo de notables reunido en torno a la Agrupación Empresarial Independiente (AEI) se había reunido con Fraga en el restaurante Mariscal, de la calle Ayala, de Madrid. El grupo lo formaron diez empresarios (el propioMazínJosé MeliáCelso García o Eduardo Bueno), que a la vista de la voladura de los sindicatos verticales querían conectar con la derecha política, por entonces encarnada en la figura de Fraga.
Aquel encuentro se celebró el 21 de junio de 1976, días antes del nombramiento de Suárez, quien recibió el encargo de presidir el Gobierno el 3 de julio. Sólo dos días después, y ya con Suárez en la Moncloa, el interlocutor de los empresarios fue el exministro Silva Muñoz. Y, finalmente, unos días más tarde, la reunión fue con José María Gil Robles, el histórico jefe de la CEDA durante la Segunda República.
El perfil político de los interlocutores que tuvo en aquellos días uno de los antecedentes históricos de CEOE refleja la posición ideológica de algunos empresarios de aquellos días, entre los que se encontraba el incombustibleJosé Antonio Segurado. El empresario José Melía, incluso, llegó a quejarse en público de la actitud del ministro de Relaciones Sindicales de Suárez,Enrique de la Mata. Melía acusó al Gobierno de ser “tolerante con CCOO y UGT y excesivamente crítico con los empresarios”.
El hecho de que Suárez no fuera bien visto por élite de la patronal explica que desde Moncloa se favoreciera la implantación de la Confederación Empresarial Española (CEE) como representante de los empresarios ante la Organización Sindical. Y su líder no era otro que el marchante de arte Agustín Rodríguez Sahagún, pariente muy lejano de Adolfo Suárez pero que llegó al Gobierno de la mano de Fernando Abril-Martorell, con quien había negociado con anterioridad. Félix Mansilla, uno de los históricos líderes de la CEOE, llegó a decir del exalcalde de Madrid: “Todos pensábamos que Agustín era un infiltrado del Gobierno y la banca”.

Las malas relaciones con Ferrer
No lo era. Pero lo que era cierto es que las relaciones del Gobierno que salió de las elecciones del 15 de junio de 1977 con la recién constituida CEOE eran malas tirando a muy malas. Suárez nunca tragó a Ferrer Salat, y tampoco su sucesor, Leopoldo Calvo-Sotelo, quien en sus Memorias habla de él como un arribista, un pretencioso burgués catalán: “Su éxito grande animó en él una ambición política, y me atrevo a pensar que desde ella empezó a ver a los gobiernos de UCD como unos competidores a los que convenía batir y, por tanto, como unos adversarios”, escribió el expresidente del Gobierno, poco dado a excesos dialécticos.
Ferrer Salat no tenía mejor opinión de Suárez. En la CEOE decían que se expresaba con la retórica del “izquierdismo falangista”. En palabras del presidente de los empresarios, “la formación de Adolfo Suárez era falangista y él se consideraba a la izquierda del partido socialista”. Incluso se llegó a acusar de “cobardía moral” al gabinete porque se achicaba ante las presiones de los sindicatos y oposición marxista (el PSOE todavía no había abandonado sus señas de identidad clásicas). El empresario Max Mazín, en la misma línea, decía que “la política socialdemócrata del gobierno se debía al complejo falangista” (sic).
¿Y por qué tanta animadversión? En el memorial de agravios de la patronal se encontraba grabado a fuego un año: 1978, cuando entró en vigor el nuevo IRPF diseñado por el equipo económico de Suárez. A los responsables de Hacienda (Fuentes Quintana y Fernández Ordóñez) no se les ocurrió otra cosa que publicar la lista de los mayores contribuyentes. O acaudalados, como se prefiera. Y tras conocerse aquel listado (75 españoles declararon unas rentas superiores a 1.000 millones de pesetas), los empresarios pusieron el grito en el cielo.
No fue la única vez. En la CEOE cayó a plomo el hecho de que el primer gran discurso de Suárez estaba deshuesado de economía. Lo que le preocupaba a Suárez era la política y no tenía tiempo para resolver las cuitas de los empresarios. Lo que le ocupaba, por el contrario, eran los pactos sociales con los sindicatos y los partidos de izquierda con capacidad de movilizar la calle. Y eso que contaba con Abril-Martorell, el puente que le unió con los empresarios en ese lugar que llamaban jocosamente ‘la tasca’ (Jockey), donde se reunía el vicepresidente con Juan Manuel de Mingo y los que en realidad mandaban en el país.
*Secundino José Gutiérrez ÁlvarezLas organizaciones empresariales en la Transición. Fundación Ceim.

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